Técno Silencio
- Harold Kurt
- 14 abr
- 2 Min. de lectura

—¿Te has dado cuenta de lo que ha pasado con la tecnología? Antes era un lujo, pero ahora estamos más conectados… y más solos. Tengo mil quinientos amigos en Facebook, y ninguno me llama para preguntarme: “¿Cómo estás?” —dijo Martín, mirando su teléfono sin verlo, con los ojos fijos en la pantalla, pero su mente perdida en un abismo lejano.
—No estamos conectados, estamos atrapados en una red… enredados en nuestra desconexión —respondió Javier, su voz sonaba cansada, como si hablarle a la pantalla fuera lo único que podía hacer—. Antes, las conversaciones tenían sentido; ahora, todo es vacío. Solo respondemos con gifs o “me gusta”. Aunque me dan "me gusta", ya ni siquiera sé si leen lo que publico.
Justo entonces, Alexa interrumpió con un recordatorio:
—Tienes una cita con tu amigo en dos horas.
Martín, con un gesto entre exasperado y resignado, se llevó la mano a la frente, deslizándola lentamente hacia abajo hasta cubrirse casi por completo el rostro. Luego dijo:
—Nooooo, Alexa… no es un amigo. Es solo un contacto de trabajo.
—Claro, claro… dice “amigo de trabajo”, como si la agenda fuera prueba de una vida social —exclamó Javier, soltando una risa breve, casi irónica.
—Si Alexa pudiera al menos programar un café real… —dijo Martín, resignado—. O decirme: “Vamos a cenar”, o invitarme al cine.
—Todos estamos esperando algo —respondió Javier, mirando el vacío frente a él—. Siempre esperando una notificación que nos haga sentir que la vida es más emocionante.
Javier se encogió de hombros, su mirada se perdió en el espacio. "Esperamos algo... algo que nunca llega", murmuró, como si su voz ya no tuviera eco.
Ambos se quedaron en silencio. El peso de la soledad parecía aplastarlos, convirtiendo el aire en algo espeso, pesado, como si las paredes mismas pudieran sentirlo. Martín, agotado, rompió la pausa:
—¿Sabes qué? Tal vez ya no estamos esperando un milagro. Solo… estamos esperando a morir.
En ese momento, el teléfono de Martín sonó con un timbre diferente. Miró la pantalla, sorprendido. Era una llamada inesperada, algo que podía romper la rutina.
—¿Quién será? —murmuró Javier.
Martín respiró hondo.
—No lo sé… pero tal vez sea lo único que nos saque de aquí.
—Que te saque a ti —respondió Javier—. Yo tengo una cita.
—Sí, de mi soledad… Vaya, cortó. No sé quién era. No tengo registrado el número.
—Ya llamará alguien a quien sí conozcas.
—Sí… o mandará algún mensaje.
Javier suspiró y se levantó.
—Bueno, tengo que irme. Se me hará tarde. Nos vemos.
Martín asintió sin decir palabra, viendo cómo su amigo se alejaba y cerraba la puerta. Quedó solo en el sillón, contemplando la pantalla de su teléfono, que seguía en silencio. En el fondo, el led intermitente de su parlante Alexa parpadeaba: una luz azulada, sin sonido, como una presencia distante que también aguardaba algo.
—¿Alexa, puedes darme un masaje?
—¡Ojalá pudiera! Pero solo soy una voz en una caja. ¿Quieres que te ponga música relajante o te guíe con un ejercicio de respiración?
Martín no respondió, y nuevamente el silencio inundó la habitación, una quietud tan densa que parecía casi tangible, como si el mismo aire estuviera suspendido, esperando algo que nunca sucedería. Mientras la pequeña luz led azulada seguía parpadeando, indiferente a todo lo demás.
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